¿Y este pavo?
Aquí debería ir una mole de texto explicando todos mis méritos y mis logros. No obstante, creo que, para que esto funcione, necesitas saber lo más rápido posible quién está detrás de esta pantalla.
Ahí va.
Soy joven, imberbe e inexperto.
Tengo cierta tendencia a la soberbia y a la prepotencia. Los halagos me endulzan los oídos pero tolero mal las críticas. Máxime, si no respeto intelectualmente a quién me critica.
Soy de estatura media, regordete y llevo gafas.
Todos los detalles anteriores son importantes. Más allá de mis títulos universitarios y de mi experiencia laboral, que es poca tirando a nula. Y son importantes porque todos ellos me definen, y desde todos ellos me comunico. No vivo ajeno a ellos y no voy a hacer como si no estuviese.
Mi familia es colombiana. De una localidad muy pintoresca donde se graban todas las telenovelas sobre Colombia que Netflix produce. Donde crece el café y las arepas cuelgan en canastos a la entrada de las casas. Sin embargo, te resultará gracioso que, a mis seis años, pintaba cuadernos de colorear con banderas de España. Además, decía a todo aquel que quisiese oírme, que era español, muy español y mucho español.
Desde pequeño, siempre se me dio bien estudiar. Lo veía como la única área de mi vida donde podría destacar y ser alguien. Porque yo, en el fondo…
Era borde
Era gris
Era antisocial.
Cuento los amigos que recuerdo de mi infancia con los dedos de una mano. Y me sobran. Tampoco ayudó en nada que me diagnosticasen una leucemia con 6 años. Eso de ver la muerte a las puertas de tu puta cara no mola. No mola nada. Doy gracias que era demasiado pequeño como para darme cuenta. Pero eso lo cambió todo para siempre.
Si mis padres, ya mayores, me sobreprotegían, desde que me diagnosticaron el cáncer, se volvieron un poco más obsesivos con eso de la protección. Mi circulo social entonces se reducía a ellos y a un grupúsculo de tres niños más. Uno con ínfulas de grandeza y síndrome de Napoleón. Otro, el más normal de la clase, también colombiano, se convirtió en inseparable hasta que se separó del todo para marcharse al culo de Madrid. Al menos, en su casa le pusieron mi segundo nombre a su hermano.
Del otro mejor ni hablemos.
Del instituto, poco hay que recordar. Bueno sí, hay algo. Mi primer contacto con la política profesional.
Formé parte durante un año del Consejo Escolar, ese órgano superdemocrático de toma de decisiones del que me excluyeron al año siguiente jugándome sucio. ¿La razón? Sencilla.
El director era otro, un donnadie totalmente desconocido.
Quería controlar el Consejo con cargos afines para implantar su pequeña dictadura particular. Y yo molestaba porque, ni caía bien a nadie, ni tampoco es que me acercase nunca al sol que mejor calentaba. A diferencia de ello, me propuso algo mejor:
Formar un triunvirato con otro chaval muy politiquero. Paquito.
El chaval era una liebre, y su sobrepeso (más acusado que el mío) no se lo impedía. Era la sensación entre mi círculo de amigos y sus círculos. Un poco fantasma algunas veces, pero, quizá, sea esa la base de su éxito.
Al final todos los que nos interesamos por la política somos un poco fantasmas.
Ese triunvirato acabó mal. Con una denuncia registrada por mi padre ante la inspección educativa de Madrid, instigado por una señora que quería ver pronto al director-dictador aquel hacer las maletas y “recuperar” el instituto.
Nada de eso. Lo que quería era desplazar al director para recuperar la influencia que su grupo había perdido dentro del instituto. Lo que perseguía era poder. Cómo todo hijo de vecino.
Y entonces fue ahí cuando el innoble arte de la política me fue despertando una curiosidad muy grande. Tanto como para estudiarla en profundidad, estudiar a las personas que ostentan poder y entender su comportamiento.
Por eso decidí crear este proyecto. Para divulgar la política real. Sin trampa ni cartón. Sin cuentos.
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Es más, seguramente no te guste. Así que a tu cuenta y riesgo.